Ella, pensaba que él la amaba de una manera pura, pero él
caminaba cabizbajo con pasos apesadumbrados y la mirada vacía, de su mano el
miedo se cogía, con un pasado que su espalda curvaba, sus sonrisas eran escasas
y sus lágrimas demasiado presentes. Y ella, bella y sonriente, con una luz
cegadora que siempre le acompañaba, con carcajadas de colores pintaba la vida y
unos ojos repletos de sueños por perseguir, quiso enseñarle lo bonito de la
vida, con el riesgo a perder la felicidad, porque le amaba sin más.
El camino se hizo largo y duro, apagando la luz con la que
ella brillaba, mientras pensaba, “el amor no se grita, se susurra, el amor no
se dice, se demuestra”. Ella, empezó su camino, cada vez más costoso, más
doloroso, llenando sus ojos de lágrimas al anochecer y al alba, ya no podía
levantar la mirada porque el amor fue contaminado por un pasado que a ella no
le pertenecía y que acabó sobre sus hombros.
Ella, aferrada al amor de su bello corazón, ya inexistente,
luchaba, soportaba, intentaba, y fue así que su luz se apagó por completo,
cambiando su felicidad por infelicidad, por llantos incontenidos, por un amor
enfermizo entre gritos desesperanzados e ira incomprendida, ciega ante la
maldad de un corazón que no entendía la vida ni el por qué ella sonreía.
Y se perdió, entre la penumbra de lo ya vivido, entre
decisiones desacertadas y el no poderse perdonar el llegarle a amar.
Ella, con el corazón hecho añicos, con ilusiones fulminadas
y suspiros que añoraba, entre engaños que desgarraban, mentiras que le dolían,
arrancó su sentir, sabiendo que así, volvería a ser feliz.
Ella, sonriente y bella, con una luz cegadora que siempre le
acompañaba, empezó su camino de nuevo, borrando huellas para que el dolor, no
le siguiera.
Ella, sonriente y bella, más por dentro, que por fuera,
desplegó sus alas para volver a volar, libre y feliz.
Ella…
Volver a volar...
La felicidad depende de uno mismo.
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